viernes, 25 de mayo de 2007

Una receta desde Huancayo


Conocí a Patricia navegando por internet mientras buscaba recetas de comidas peruanas. Ella asesora a una empresa que produce cuyes (una especie de hamster, pero más grande) en Huancayo, Perú. De inmediato afloraron nuestras similitudes: el periodismo, la gastronomía, la escritura, el turismo. Las propuestas cruzadas para hacer cosas juntos maduraban y caían una tras otra. Ella nos invitó a mi esposa y a mi a conocer Huancayo y Lima a fines de junio y prometió enseñarme a cocinar los manjares peruanos. Por mi parte le propuse conocer Buenos Aires, mi Buenos Aires, con sus aromas y sus calles y su lunfardo. Intercambiar sabores: los más tradicionales argentinos con los más tradicionales peruanos; y fantaseamos con crear nuevos circuitos turísticos, creando puentes entre los dos ex virreynatos.

Mientras los proyectos comienzan a materializarse, Patricia me envió una receta para cocinar cuyes. Se trata del "Enrollado de Cuy", servido con puré, arroz o ensaladas. Aquí les dejo la fórmula mágica, muy pronto, cuando abramos el Petit restó & bar Un Mojito vamos a cocinarlo para nuestros lectores.

Enrollado de Cuy:

Ingredientes

1 Cuy tierno deshuesado; ajo molido; verduras picadas en bastoncitos; sal, pimienta y vino tinto a gusto.

Preparación

Limpiar y deshuesar el cuy. Una vez listo estirar la pulpa de carne de cuy y colocar las verduras picadas, enrollarlo y de ser posible amarrarlo con una pita. Una vez que está listo colocar el enrollado en una cacerola con un poco de caldo tapando la carne. Dejar cocinar a fuego lento y echar el vino para que hierva hasta que se cocine la carne.

miércoles, 23 de mayo de 2007

El descubridor de cosas


Hace casi un mes comencé a leer Mi planta de naranja-lima, de José Mauro de Vasconcelos. Por algún motivo siempre me resistí a leerla, tal vez por la asociación que muchos argentinos hacemos entre esta obra y la escuela primaria, tal vez por otro motivo secreto que permanece oculto en los recovecos de la mente.

La cuestión es que la encontré arrumbada en mi biblioteca, entre libros perdidos, condenados al silencio y a la blancura. Se subió a mis manos, se trepó a ellas como un prisionero desesperado se trepa al muro que lo conducirá indefectiblemente a la libertad. El libro se instaló en mis entrañas y no tuve más remedio que leerlo. Gracias a Dios no tuve más remedio que leerlo.

Les transcribo el comienzo, tal vez ustedes también corran hasta sus bibliotecas o a la librería con las llaves de la celda en la que, desde hace un tiempo, esta novela permanece encerrada cumpliendo la sentencia de algún Juez demente.

"Capítulo Primero
"EL DESCUBRIDOR DE COSAS

"Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo. Yo no quería saber nada de eso. Si no estuviera en la calle comenzaría a cantar. Cantar sí que era lindo. Totoca sabía hacer algo más, aparte de cantar: silbar. Pero por más que lo imitase no me salía nada. [...]"

VASCONCELOS, José Mauro de, Mi planta de naranja-lima, Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1974, p.3

miércoles, 16 de mayo de 2007

Una con un café tostado italiano


Ayer nos juntamos con mi amigo Carlos a "actualizarnos" respecto de nuestras vidas. Hacía casi un mes que no nos veíamos y eso es extraño en dos amigos con más de 25 años de historia en común, de compartir el día a día, dentro y fuera del colegio, de la facultad, de los trabajos.

25 años de historias con asados en la terraza de mi casa en Palermo. 25 años yendo a bailar a "On The Grow" (¿se llamaba así, Carli?) o a "Fire & Ice" y sus sucesivos nombres. O de los "asaltos" en nuestras casas, allá lejos en la primaria, cuando las chicas traían la comida y nosotros la bebida... la Coca Cola o una Fanta Naranja para los más exóticos. 25 años descubriendo amores a la salida de los colegios de ellas o en quintas o en bailes o a las amigas de la novia de... esas cosas que a todos, alguna vez nos sucedió.

Ayer arrancamos hablando por teléfono, pero había tanto y estábamos tan cerca que... "¿Che, vamos a tomar un café?" -le pregunté- "Vamos -dijo Carlos- ahora salgo para allá".

Yo pedí uno tostado italiano, según dicen en Café Martínez es 100% tostado natural, con un aroma y un sabor muy pronunciado con tonos de caramelo. Tienen razón, aunque el sabor, una vez degustado, se impone al aroma. Carlos pidió un selcto Martínez, un café de una intensidad media que incluso diluyó pidiéndolo cortado.

Entre sorbo y sorbo, hablamos sobre su trabajo en acción social en barrios de emergencia; sobre los retiros espirituales que él coordina dentro de un grupo católico dominico. Un poco de café que se mezcla con la sangre y yo mecho algo de mi trabajo de profesor de periodismo, algo de literatura. Benedicto XVI apareció misteriosamente como tema de conversación transformado en el obispo Ratzinger, y ahí nos quedamos: en temas de religión Carlos disfruta entre la gente mientras yo estudio el catecismo y la teología en la biblioteca. Tal vez por eso no pueda rechazar completamente a Ratzinger. Tal vez por eso haya abandonado la doctrina de los administradores de la fe de Cristo.

El café se acaba, nos lo sirvieron con un vasito de soda y unas cookies de vainilla azucaradas. Ese café se lleva mejor con los chocolates, un bombón relleno con crema de frutilla por ejemplo. Pero cada uno atiende su negocio y uno respeta los maridajes propuestos.

Nos vamos, arreglamos para almorzar el martes e intentar encontrar al tercero de nuestro círculo íntimo, ese que anda deambulando por el olvido con serios riesgos de perderse para siempre.

Afuera llovizna, "garúa" diría un tango. Yo camino por la calle Marcelo T. de Alvear mientras Carlos arranca el auto hacia algún destino que él solo conoce. El tostado intenso italiano, todavía recorre mis venas.

CAFE MARTINEZ 1933, Talcahuano 948
café $3.90.- (Dls 1.30.-)
americano $4.40.- (Dls 1.50.-)

martes, 15 de mayo de 2007

Navegando por un diccionario

Suelen criticar a los jóvenes y a los no tan jóvenes por su falta de vocabulario. A veces internarse en las páginas de un diccionario puede ser bastante divertido (a veces más, a veces menos, que navegar por internet).

Hoy me metí en el de María Moliner, considerado por los escritores como mejor que el de la RAE y lo navegué por 20 minutos. Para Truman Capote, esto, era una actividad diaria. "Pesqué" tres palabras conocidas pero sentí que podía estar bueno anclar su significado.

Espero las disfruten.



PANDEMONIUM: 1- Capital imaginaria del mundo infernal, 2- (fig.) Lugar en que hay mucha gritería y confusión y agitación, 3- La misma gritería, confusión, etcétera.

JALEA: 1- Dulce de fruta de aspecto gelatinoso y transparente, que se le da cociendo también con la pulpa de la piel y el corazón, o añadiendo cola de pescado, 2-(farmacia). Cualquier medicamente azucarado de consistencia gelatinosa.
HACERSE UNA JALEA. Mostrarse exageradamente "amable o enamorado".

ZAHORI: 1- Persona capaz de descubrir lo que está oculto, 2- Particularmente de descubrir aguas subterráneas, 3- (fig.) Se aplica a la persona muy perspicaz, que adivina lo que otras piensan o sienten.
ZAHORIAR: Escudriñar.

MOLINER, María, Diccionario del uso del español H-Z, Gredos, Madrid, 1994, T2

El otro Neruda


En sus memorias, el poeta chileno explica que tuvo que utilizar un seudónimo porque su padre "no estaba de acuerdo con tener un hijo poeta".

¡Cuántos escritores habrán sufrido el embate de esos primeros censores ocultos entre complejos y anhelos familiares!

En este caso, la rebelión del "gran Pablo" satisfizo a todos: un nobel para Chile, una obra poética para la humanidad y un hijo embajador para el padre del poeta.

"POR QUE NERUDA"

"[...] La respuesta era demasiado simple y tan falta de maravilla que me la callaba cuidadosamete. Cuando yo tenía catorce años de edad, mi padre perseguía denodadamente mi actividad literaria. No estaba de acuerdo con tener un hijo poeta. Para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido que lo despistara totalmente. Encontré en una revista ese nombre checo, sin saber siquiera que se trataba de un gran escritor, venerado por todo un pueblo, autor de hermosas baladas y romances y con un monumento erigido en el barrio de Mala Strana de Praga. Apenas llegado a Checoslovaquia, muchos años después, puse una flor a los pies de sus estatua barbuda."

NERUDA, Pablo, Confieso que he vivido. Memorias, Editorial Losada, Buenos Aires, 1978, p. 219

lunes, 14 de mayo de 2007

Una con peces


Recuerdo un año que fuimos a Brazil. Al sur, para ir ajustando más la cosa. Alquilamos una barca y nos íbamos de playa en playa burlándonos de los ruidos del asfalto, los congestionamientos y los lugares libres para estacionar.


Habremos recorrido cuatro o cinco playas, una en una isla. La recuerdo muy chiquita y solo accesible por mar. Había veleros, gomones, lanchas, y nuestra barca de madera, barca de pescadores alquilada por un día a estos piratas amateures.


El agua era cristalina y los peces nadaban junto a nosotros. En una parte del trayecto hasta nos siguieron cuatro delfines (supongo serían más) o como se llamen en esa zona del Atlántico.


Frenábamos el bote a unos diez o veinte metros de la orilla y saltábamos al agua tibia. La mayoría nadaba hasta la playa, yo me quedaba buceando por debajo de la barca, emulando la gracia que de chico hacía mi bisabuelo en España para ganarse una moneda, y recién ahí nadaba hasta la arena blanquecina.


Obviamente: un restó playero, camarao o palito (camarones a la milanesa), casquiña de siri (cangrejo) y un succo de larangas o morango o abacaxi (jugo de naranjas, furtillas o ananá).


Después volvíamos al barco y zarpábamos en busca de una nueva aventura distendida.

Una de noche


La noche se calma como se aquieta el bisturí de un médico que acaba de terminar de operar. Descorchamos un vino (un syrah) y nos vamos con mi mujer al balcón a observar a una ciudad que envejece; una ciudad que no dormía y ahora se encierra, una ciudad de luces, ahora perseguida por los apagones.


En la penumbra sopla una brisa invernal mientras el vino nos llena de calor el alma. Nos da fervor, ansias, espíritu de lucha. Enseguida nos miramos y brindamos por no sé qué incongruencia. A lo lejos una sirena se pierde en el silencio que domina a Buenos Aires, la típica que por algo es típica.


Mientras la botella sigue impávida su camino, pienso en la bailarina del Teatro Colón que conocí esta mañana: "le debo un mail" - especulo y lo agendo en mi mente para cuando salga el sol.


Miro a mi esposa, nos reímos, volvemos a brindar por alguna cosa intrascendente. "Soy un santo -le digo- tu santo". "No digás pavadas" -me contesta ella con esos ojos pícaros que denotan que conoce la verdad pero se niega a admitirla.


Me paro con aire de estadista y con un simple "vamos" logro que se pare. La tomo de la mano y entramos juntos al departamento.


Un minuto más tarde, bajo la persiana del living (prefiero la palabra "celosía") y caminamos, muy lentamente, hacia la cama.