lunes, 14 de mayo de 2007

Una de noche


La noche se calma como se aquieta el bisturí de un médico que acaba de terminar de operar. Descorchamos un vino (un syrah) y nos vamos con mi mujer al balcón a observar a una ciudad que envejece; una ciudad que no dormía y ahora se encierra, una ciudad de luces, ahora perseguida por los apagones.


En la penumbra sopla una brisa invernal mientras el vino nos llena de calor el alma. Nos da fervor, ansias, espíritu de lucha. Enseguida nos miramos y brindamos por no sé qué incongruencia. A lo lejos una sirena se pierde en el silencio que domina a Buenos Aires, la típica que por algo es típica.


Mientras la botella sigue impávida su camino, pienso en la bailarina del Teatro Colón que conocí esta mañana: "le debo un mail" - especulo y lo agendo en mi mente para cuando salga el sol.


Miro a mi esposa, nos reímos, volvemos a brindar por alguna cosa intrascendente. "Soy un santo -le digo- tu santo". "No digás pavadas" -me contesta ella con esos ojos pícaros que denotan que conoce la verdad pero se niega a admitirla.


Me paro con aire de estadista y con un simple "vamos" logro que se pare. La tomo de la mano y entramos juntos al departamento.


Un minuto más tarde, bajo la persiana del living (prefiero la palabra "celosía") y caminamos, muy lentamente, hacia la cama.

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